Entre el escenario y la urna, el voto se baila a ritmo de la cumbia

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La política chilena siempre ha tenido su cuota de espectáculo, pero en tiempos de elecciones, esa frontera se desvanece por completo. Los cierres de campaña ya no son actos políticos: son verdaderos festivales de verano con candidatos como animadores y músicos como gancho emocional.

Este año la cartelera suena con fuerza. La candidata comunista Janette Jara contará con Juanito Ayala, Los Pettinellis y la Sonora 5 Estrellas, mientras que Zúmbale Primo, además de acompañar al republicano José Antonio Kast, también se subirá al escenario de Evelyn Matthei.

Porque, claro, nada más “popular” que traer a un grupo querido por la gente para levantar banderas y mover las masas. Total, si la política no convence, que lo haga el ritmo del bombo.

Esta semana el revuelo lo protagonizaron Zúmbale Primo y Los Viking’s 5, al confirmar su participación en el acto final de Kast. Las redes sociales hicieron lo suyo: los acusaron de “venderse a la derecha por plata”. Una crítica tan vieja como el propio concepto de doble estándar.

Porque, seamos francos, todo lo rige el mercado y el dinero, incluso en la política. Los mismos que hoy rasgan vestiduras por la “coherencia ideológica” probablemente trabajan en empresas del grupo Luksic o Angelini, o se sirven su café en alguna cadena multinacional. ¿También se “vendieron a la derecha”?

La moral política parece tener dueño según quién toque la guitarra. Si lo haces en un acto de izquierda, eres “pueblo y compromiso social”; si lo haces en uno de derecha, eres “mercenario del capital”. Curioso, ¿no?

Lo cierto es que los músicos no hacen más que mostrar con claridad algo que los candidatos intentan esconder: que la política hace rato dejó de ser convicción y se transformó en marketing. Ya no se compite por ideas, sino por quién logra el mejor encuadre para Instagram o el ritmo más pegajoso para TikTok.

Y mientras tanto, los verdaderos problemas del país —la desigualdad, la seguridad, la educación— siguen sin partitura ni micrófono.

Pero no importa: que suene la cumbia, que siga el baile y que gane el que contrate al mejor sonido.

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