TEA: Un emergente síntoma social

Loading

El Trastorno de Espectro Autista (TEA) y Trastorno de déficit atencional con hiperactividad (TDAh) son diagnósticos psiquiátricos que así como muchos otros, han proliferado casi de manera explosiva en el último tiempo, poniendo en cuestionamiento todo un sistema de mecanismos y habilidades formativas, tanto en los núcleos familiares, como en las comunidades educativas, desafiando y desorganizado las estructuras de la formación.

En particular, el TEA pareciera escaparse de las manos de los mismos investigasdores de la psiquiatría, quienes han dado a entender que se trata de una categoría subdiagnosticada, difícil de definir y caracterizar, pues existen múltiples grados y formas de afectación en la persona que lo “padece”.

Si bien se ha determinado que el TEA es un trastorno del neurodesarrollo que tiene un origen multifactorial (genético, ambiental, psicopatológico, inmunológico, perinatal), la gran característica sobresaliente tiene que ver con la interacción social disminuida, dificultades en el lenguaje y la inflexibilidad del comportamiento, además de asociarse a grandes capacidades de creatividad en ciertas actividades de interés particular.
Algunas de estas características pueden generar ruido en el aulas, salirse de las pautas y llamar la atención de los pares, por lo cual es común que se desencadenen situaciones como bullying y crisis emocionales por desadaptación.


Esto ha generado un alto costo de diversos recursos en el intento de adaptar todas las herramientas a una nueva figura neurodivergente, es decir, a una forma distinta aprendizaje y procesamiento de la información, que además puede estar asociado a otros trastornos psiquiátricos.
La pregunta es ¿Por qué en las generaciones anteriores no se visualizaban o diagnosticaban estas divergencias?.


Existen múltiples cambios en hábitos y estilo de vida de la población que han aumentado su causalidad.
Por otro lado, el desarrollo teórico ha permitido reconocerlo y detallarlo.
Pareciera ser que la llamada “generación de cristal” ha emergido como respuesta a la invisibilización sufrida por las generaciones anteriores en todos los ámbitos, especialmente en salud mental y emocional.


A partir de esto se ha cuestionado y criticado la rigidez y severidad con la que se educaba a nuestros antecesores, en donde no existía espacio para las diferencias y la creatividad, pues el objetivo era formar un individuo funcional como engranaje para el sistema económico y coherente con la institución familiar, para lo cual se empleaba la corrección de conductas a punta de golpes y castigos. Por supuesto que normalizar esto constituye que una terrible secuela que pudiera perpetuar el daño en las generaciones sucesivas, puesto que contribuye a la represión de deseos y emociones que tarde o temprano emergen, generando crisis y desmoronando las endebles estructuras.


Dicho esto, pareciera ser que el TEA no es más que un gran componente de una fisura que ya hace tiempo está resquebrajando la gran pared formativa, y que como consecuencia obliga a los “sujetos” a no sujetarse a la normatividad, a cuestionarse, replantearse, construir vínculos que integren a todos los comunidades para dar como resultado nuevos modelos educativos más sensibles, flexibles, diversos e integratibos.

Belén Guzmán, psicóloga clínica Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Postítulo en Terapia Sexual.

Ver también

Comentarios

Saltar a la barra de herramientas